Cuando salimos del cine y caminábamos por Reforma yo todavía con el corazón alborotado de haberte robado un beso a media película porque a obscuras con la luz de la pantalla reflejada en tu rostro te hacía verte irreal, como un ángel, te pregunté tu edad y me dijiste que adivinara, y yo siempre le exagero mucho a la cifra para abajo para que se sientan halagados y dije que 20 y me dijiste que sí y yo me quedé blanco porque pensaba que eras al menos de la edad del chavo por el que te conocí, e hice la resta inmediata y dije podrías ser mi hijo y de cariño te empecé a decir así.
Cuando salíamos me tomabas de la mano hasta cuando cazábamos pokemones en la Alameda y yo trataba de disimular mi entusiasmo por los dos momentos que más disfrutaba de estar contigo, la charla de sobremesa en las que me sentía un entrevistador de un tuitstar y las charlas de almohada que teníamos antes de dormir porque cada vez que te vi pasaste la noche conmigo, y creo que por eso me encariñé. Cómo no enamorarse de tu figura desnuda fumando a media luz al lado de la ventana mientras me hablabas de todo lo que está mal en el mundo con tu ingenio infinito.
Odiaste mucho Call me by your name pero cuando me dejaste de contestar los mensajes más cursimente ridículos que he escrito jamás pensaba que nos había pasado algo parecido porque en esa historia también dos personas de edad algo distinta se habían enamorado en 6 semanas para luego no volverse a ver. Cuando tu amiga vio todas las fotos que te había tomado -contigo en el scooter, cuando te tatuaste, conmigo abrazándote con las luces del monumento a la revolución de fondo- me preguntó que por qué había tomado tantas, y dije que porque sabía que no iba a durar mucho. Y me desinvitó de la reunión a la que también asistirías.
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