La soledad te vuelve inmaduro, ingenuo y temeroso. Si me aventuro a buscar quién pudiera llegar a quererme no sólo la cago por mi naturaleza esquivosa, también mi absorvente necesidad de ser querido asusta y guarda con cautela a un corazón que sabe que ya no tiene nada qué perder.
La soledad es canija.
Y si además la vida real es más desconocida de lo que uno se imaginó es como de sabor amargo y uno es como un luchador que sabe que perderá round tras round tras round hasta que encuentre a alguien que se quiera dejar ganar y luego de ahí no salgan hasta que me quede solo de nuevo y ya no tenga ganas de hacer nada.