Neobabel

O cuando la cruda nos alcance

#DomingoDeAnécdotas (12)

Te escribí una carta cursi y malhecha que tenía la palabra “amor” una vez (y la palabra “vergota” una sola vez también) como para que realmente supieras lo que sentía por ti, y las 5 tortuosas horas que pasaron entre que te la envié y la leíste y me contestaste las ocupé para pintarme el cabello de gris por primera vez. La verdad no había intentado confesarte mis sentimientos (como dicen los japoneses) de esta manera antes porque temía mucho me dieras la respuesta que me terminaste dando, y traté de negociar en mi cabeza una salida para dejar de ilusionarme contigo y olvidar de alguna manera esa noche aquí conmigo que me quedé esperando y que tanto pinté de anhelos absurdos, patéticos e hirientes.

Repasé todo lo que decían los psicólogos: que nadie es mío y nadie me debe nada, que si you have to push it it’s probably shit, que lo único que tengo bajo mi control son mis propios sentimientos y es absurdo conflictuarse con el mundo externo que no puedo cambiar, e incluso mentiras como que si realmente te amaba iba a confiar en tu buen juicio de no permitirme ser parte de tu vida. Vi a mi psicólogo mirándome con lástima porque aunque yo repetía esas frases como letanía la verdad es que el dolor seguía exactamente igual.

La verdad mi consuelo venía de que igual nos vacunaban antes por ser maestros y entonces ya no habría excusa para no vernos, aunque sea por que me tuvieras lástima. Y me vacunaron y varios empezaron a chingar con que me los cogiera, y al que más insistió le dije con todo el cinismo del mundo que solo era para agarrar práctica para cuando te viera (a ti, “el chavo con el que estoy enculado”) y lo único que me hizo sentir mal fue que imaginé por un momento que tú me veías a mí con el mismo desinterés y lastimosidad con el que yo lo veía a él.

Me odié todavía más de lo que ya lo hacía porque sentí que había distorsionado un sentimiento genuino y sincero de afecto en una necesidad mundana, en un capricho. Sabía en el fondo que el fin de verte no era cumplir algo que esperé y lloré tanto, sino que de algún modo hablar contigo me hiciera sentir menos solo. Nos veríamos la siguiente semana. Y me habías hecho la promesa de no volverme a cancelar de nuevo. El día llegó y…

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