Cuando yo iba en prepa no existía Grindr ni Hornet ni Manhunt, lo más cercano que había era el latinchat morado y nunca conocí a alguien en persona de ahí. Tampoco conocía a nadie abiertamente gay en la escuela, y por eso me emocioné mucho cuando te conocí en un taller de cuentacuentos en el museo de las culturas del que me enteré gracias a ese otro centro cultural donde tomaba clases de náhuatl y de mixteco y hacían maratones en la madrugada de cine alternativo en el que igual había gore o jooterías o películas japonesas sin subtitular donde en los intermedios podía mediocharlar con otros chavos de las bizarreces que veíamos y por unos minutos tenía la sensación de tener amigos -que nunca volvía a ver- con los que compartía esta incómoda sensación de que había límites -únicamente accesibles por medio del arte- en la percepción del mundo que por mucho que nos esforzáramos nunca podríamos alcanzar ni mucho menos entender.
Todavía al día de hoy sigo creyendo que la afinidad entre dos personas que se gustan está en su similitud, y eso a su vez está sustentado en la capacidad que tiene uno de realmente entender profundamente al otro, lo que al final mitiga esa inmensa soledad a la que estamos todos condenados como seres individualizados, y por eso cuando vi que además escribías me enculé. Recuerdo el cuento de tono pornohomoerótico que me mostraste y habías escrito en un taller para presentarlo para entrar a esa escuela de escritores, y también nos recuerdo charlando en la Alameda sobre la película de La Virgen de los Sicarios que justo trata de un escritor homosexual, y sobre la versión extendida de cómo fue tu peor borrachera que habías platicado como dinámica para romper el hielo en el taller, y sobre todo te recuerdo a ti diciéndome que yo te parecía lindo y yo me sentía volando más arriba de las nubes porque eras el primer hombre que me decía algo así, y yo aprendí a la mala que mostrarse demasiado entusiasmado en alguien hace que se espante, y lamentablemente eso te hizo perder el interés en mí.
Me gané unos boletos para un concierto de la Ley en el Auditorio en un juego de ahorcado de la radio en el que hice trampa usando un programa del diccionario que la gente usa para resolver crucigramas y te llamé desde un teléfono público mientras mis amigos -la banda Poncha- con los que me estaba saltando las clases porque ya estábamos en grupos diferentes me esperaban, y tú me dijiste que no podías acompañarme porque decirme que te estaba incomodando hubiera sido muy cruel, y cuando regresé chilloso con mis excompañeros no hizo falta que les dijera nada para que me dieran uno de esos abrazos con arrimón por delante y por detrás de los que espantaban a otros amigos que decían “es que ellos sí te arriman el camarón de verdad” -aunque eran heterosexuales- para animarme y yo se los agradecí mucho.
Unos tres años después nos topamos en Miguel Ángel de Quevedo cuando iba camino a dizque enseñarles japonés a unos chavos ahí a Nissan que hasta me invitaron a su boda y me contaste que sí habías entrado a la escuela de escritores y eso me dio mucho gusto, pero no pasó de charlar porque ya sabía que si te contaba que luego de esa última llamada telefónica aunque ya no hablamos te llegué a soñar un par de veces se te iba a hacer rarísimo, porque ni siquiera nos habíamos ni besado nunca, y tampoco existía Instagram ni twitter para pedírtelos y seguir en contacto, y luego cuando te volví a encontrar en las escaleras eléctricas de Forum Buenavista unos casi diez años más después y tú me reconociste yo ya no sabía qué podría decirte y hasta me puse nervioso porque iba camino a ver a mi novio que trabajaba ahí, y yo pensé en preguntarte que si todavía te parecía un chico lindo aunque ya no era ese chavo tan, tan iluso de prepa y si ya habías publicado algo y decirte cómo podías encontrarme en Facebook y tal vez yo te podría pasar algún cuento mío, pero no hice nada y solamente me despedí de ti al llegar al primer piso, porque de ti había aprendido muy bien y para siempre que si no puedes controlar tus sentimientos al menos debes saber ocultarlos porque el entusiasmo cuando no es correspondido da asco.
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