Neobabel

O cuando la cruda nos alcance

#DomingoDeAnécdotas (2)


Cuando me cancelaste dos días seguidos lloré. Me sentí idiota por -estúpidamente entusiasmado- lavar y planchar cortinas y bajar esa película y comprar lo que cocinaríamos. Me dolió todavía más que cuando él te propuso que nos viéramos los tres no cancelaras. Porque al parecer por mí solito no valía la pena tomarse la molestia de salir. Porque me ilusionaba que fueras la primer persona que me visitara y abrazara (y tal vez pasara la noche) en estos 9 meses en los que mi hipocondria me ha hecho vivir solo.

Tu cumpleaños había sido hace poco y te esperé en la estación con un minipastel, porque soy un ridículo cursi y me dijiste que en tu casa no te hicieron. Planeaba darte un abrazo largo cuando llegaras, pero tú lo hiciste breve recordándome una vez más que mis sentimientos hacia ti no son correspondidos. Como él iba a llegar tarde aprovechamos para ir al centro a buscar un cajero. Extrañaba salir y, como acomplejado, tener media cara cubierta con un cubrebocas que me hacía sentir Sub-zero me permitió disfrutar mucho charlar de tonterías mientras me guiabas por las calles. Te conozco tan íntimamente y desde hace tanto tiempo pero a la vez tan poco…

El guapísimo conductor nos preguntó si queríamos que nos metiera al motel, y ustedes creyeron que fue una forma de invitarse, pero yo no lo noté porque estoy todo imbécil o estaba muy nervioso o nunca me doy cuenta de nada. Nos llovió un poco. Charlamos. Los vi besarse por la puerta transparente del baño mientras me quitaba los guantes para lavarme las manos. Él me robó un beso a mí y yo pedí perdón diciendo que llevaba 10 meses sin hacerlo, desde que mi último novio me terminó. Soy un experto en incomodar a la gente. Tal vez solo me centré en que no se me viera toda la emoción de sentir los labios de alguien cuyos gemidos oí tantas veces en sus videos de internet, y de quien nunca imaginé intercambiar nuestra respiración, menos de a tres, menos en esta situación tan extraña.

Estuvimos 4 horas ahí. Él no se animó al dos romano al ver tu tamaño. Y fue raro. Disimulo peor de lo que creo. Era difícil no azorarse de esa llama etérea que producía la fatua comunión entre tu mirada y su cuerpo, entre sus gemidos y tu furia, entre mi música y su lengua, entre tu voz y mi dolor. Debí sentirme afortunado de hacer un paréntesis de esta locura con mi crush acompañado de alguien tan bello y bondadoso como imagino a los dioses benevolentes de la mitología. Pero mi corazón está descompuesto y solo pude sentirme miserable.

Al volver a la estación y despedirnos bajo la doble obscuridad de una escalera que hacía sombra de la noche, me despedí de mano de él, quien me jaló como enfatizando lo absurdo que era no despedirnos de abrazo. A ti solo te dije nos vemos. Quizá pensaste que estaba enojado, pero no. Solo creí que esta vez de verdad no podría soltarte.


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