Me llamaste para preguntarme si podía quedarme esa noche contigo y me llevaste a tu cuartito de azotea con colchón en el suelo y techo de asbesto del que estabas muy orgulloso porque eras independiente y yo te envidiaba porque estabas a segundos de la facultad y hasta nos habíamos empedado ahí alguna vez, aunque no tanto como la primera vez que fajamos, cuando era nuestro primer año en la carrera y estábamos muy desorientados respecto a todo, y yo ya me había ido a dormir y estábamos creo que otros dos bultos más en el colchón y te metiste a mi lado y yo sin saberlo te estaba estrenando en esto, y por lo mismo estabas muy emocionado. El lunes siguiente me dijiste que no te habías bañado desde ese día.
Era raro empezar a tener sentimientos que no entendíamos, como cuando un compañero pasó su brazo por mis hombros un día y luego me cayó un balonazo en la cabeza y dijiste que qué bueno, o como cuando te robaste un chocolate del puesto de dulces de enfrente, lo mordiste y me diste la otra mitad, o como cuando sentados en el metro nos rozábamos los dedos detrás de una mochila para que nuestros amigos no nos vieran, o como cuando empeñé y perdí una guitarra que nunca aprendí a tocar para regalarte de cumpleaños un libro que no leí y me prestaste para que leyera. Lo mejor era cuando había peda o teníamos que hacer un trabajo y sabíamos que haríamos algo de rápido, como esa vez en mi casa donde te viniste a los dos sentones. Un día que sí nos quedamos en un hotel -cuando amanecimos- me preguntaste qué éramos, y yo me hice bien pendejo, o bueno más bien ya lo estaba. No sabía que ibas a perder el interés en mí muy pronto y yo te iba a llorar mucho y no te iba a superar hasta que me alejé (porque cambié de universidad -y de carrera-).
Nos seguimos viendo durante años cuando me llamabas de la nada y hasta te presenté a mis novios con los que eventualmente -incluso simultáneamente- te compartí o me compartieron, no sé (y no los culpo, por tu verg0ta de burro) porque aunque ahora ya tenemos muchísima -muchísima- más experiencia me sigo sintiendo igual de perdido con todo, y todavía te pregunto cómo le haces para no tener celos en tu relación abierta de años con ese chavo tan hermoso y tan listo y me regañas, y pienso que ojalá así fueran todas mis relaciones con los hombres, como contigo, donde al final aunque sufrí mucho por ti nos seguimos hablando y hasta cogiendo pero ya solo siento cariño aunque es raro pensar que formalmente nunca fuimos nada.
Esa madrugada que fui a tu cuarto quisiste ser tierno y me dijiste que yo siempre iba a ser especial por haber sido el primero y -como si todas las obscuridades fueran las mismas y estuviéramos continuando aquella otra donde te fuiste a acostar a mi lado- yo seguía entrando y saliendo de ti sin decir nada, como ese otro día cuando me preguntaste qué éramos, hasta que te abracé muy fuerte y nos quedamos dormidos. Al amanecer me vestí, y tú sin salir de la cama te despediste y para mi sorpresa cuando ya estaba saliendo me dijiste felicidades. Pensé que no sabías. Pensé que me habías dado un tierno regalo de cumpleaños sin saberlo.
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