Neobabel

O cuando la cruda nos alcance

Ápatos y su Dios

Cuento patético
(jul-01)

I

Ápatos había terminado su investigación. Tenía la edad en la que el mundo adquiría sentido, cuando se comienza a sentir que no se vivirá lo suficiente. Memorizaba las fórmulas y procedimientos para crear bucles y condicionales simples. En la profundidad de su existencia, aquélla parte de cada uno que lo sabe todo (pero siempre se muestra indiferente) conocía que aquello era inútil. Al igual que yo. Sentía que su mente podía creer situaciones inalcanzables. Pero no le encontró ninguna utilidad. Era demasiado ocioso. Lo suficiente para pensar en algo tan inservible.

– ¡La sociedad me da asco!

Nadie lo escuchó.

– Son capaces de… Somos capaces de… ¡Hacer lo imposible para huir de la frustración! Vivir… matar… vivir mal, matarse mal… muchos ni siquiera tienen el valor…

Ni siquiera él sabía si estaba llorando. Sólo él supo de esa noche, y de su lamentación.

– Incluyéndome.

Caminando, como pudo, llegó a una esquina triste. Cayó, y su cuerpo quedó lleno de ira hacia él mismo. Su estómago le dolía un poco menos que la cabeza.

– ¿Estoy muriendo?

Y se quedó dormido.

Soñó que nadaba en un mar tibio y respirable, donde el agua salada no irritaba su piel. Con solo pensar en dejarse caer, su cuerpo (que era el mar mismo) se dejaba deslizar suavemente hacia el fondo. Al mismo tiempo escuchaba la melodía interpretada por aquélla linda señorita y su tambor, su bon-bon.

¿Alguna vez has sentido cómo esos gratos sonidos entran en tu oído y se quedan en tu alma? Como si el viento se callara para que los pruebes con el corazón y con las manos, ambas manos, en ambos ojos.

La niña de ojos hermosos, que hablaba un idioma extraño que ni tú ni nadie entendía. Cuando la recuerdo, ella sigue cantando, más viva que yo. Tal vez hablaba de las flores, de la nieve, o de su dios.

– ¿Cómo puede algo que no entiendo ser tan hermoso?

Juntó sus rodillas en el suelo, escondió sus ojos con la sombra proveniente de una vela con una luz sin origen, sin causa, sentido o existencia.

– El problema es que aspiro a demasiado…

BON – BON – BON

Cada golpe era un deseo de tener la fuerza o la locura suficiente para recordar cada sonido y nunca olvidarlo, pues durante todo lo que lleva de vida, y lo que vivirá, nunca ha sentido una compañía tan tierna.

– Tú eres la Niña Efímera, la Niña del Bien, la Niña de la Esperanza, La Niña Mística. Tu tambor es el bon-bon del Tiempo, que también es constante, y yo soy el Humano más Humano del Mundo.

¿Recuerdas lo que te dio esa niña? Te pidió que te inclinaras, y lo hiciste, escondite tus ojos en la sombra absoluta y recibiste un beso en la mejilla. Ese día conociste que entendían el lenguaje de los besos, la Niña Mística te dio a entender con aquel gesto la torpeza de hablarle en un idioma que no entendía, y también el agradecimiento notable en tu cara.

Fue donde ella y tú aprendieron a comunicarse sin hablar. Ella era demasiado joven, tú demasiado insensible. Nunca la viste de nuevo. Se fue con la feria de Marzo. Te dejó con una melodía, un beso, un sentimiento y un recuerdo que implicaban demasiado. Con ella, tu frustración se volvió esperanza. Y también viceversa.

Ápatos nunca recibió unos regalos tan especiales. Aunque era pequeño, inexperto e idiota, sabía que lo especial de un regalo no era el objeto material (que a fin de cuentas, desaparecería algún día, tal vez por el tiempo, o quizá por el olvido), sino lo que se daba junto a él, algo muy cercano a la vida misma.

Y él sólo le dio, a cambio, una triste moneda, de dos pesos, todo el dinero que tenía.

– ¿Tú me quieres? ¿Mamá?

Ápatos tenía que doblar su cuello hacia atrás. Sólo así podía ver el mentón de su madre.

– Más de lo que crees, hijo.

El niño abrazó fuerte las piernas de Angustias.

– ¿Por qué me mientes? ¿Mamá?

Ella no sabía que el objetivo de esa plática era conseguir una moneda. Él quería una monedita mediana, brillante.

– ¿Para qué quieres tú una moneda?

Le dio un bote de helado, lleno de varias moneditas revueltas con botones.

– Para convertirla en la monedita más triste del mundo.
– Y cambiar el destino, o algo así, ¿no? …

Ápatos eligió la moneda más sucia.

– No seas ridícula, mamá.

La limpió por horas, por días, y por años. Se preguntó, durante su larga espera, si habría vida para él después de que la moneda fuera entregada a su próximo dueño o dueña. No sabía, no tenía la más remota idea de lo que obtendría a cambio. Su conciencia es de las más fuertes que he conocido. Me pregunto a mí mismo si eso es valor, y me temo que no puedo responderme. No es porque no lo sepa, o porque no lo intuya. Es por miedo.

Una melodía mística en un momento mágico. Una razón para vivir. Una vida que cambió a varias. Y que no dejará de mover al mundo.

De apariencia tan inocente…

Tan sutil como el amor que siempre te he tenido…

Amigo mío…

Sé que me oyes…

Y sabes de qué estoy hablando…

¿Huirás?

¿De la misma forma que lo has hecho toda tu desgraciada vida?

Despertó. Tuvo un sueño tan especial como él mismo. Y dejé de verle por algún tiempo…

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